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Pablo añadió un desafío desde un ángulo diferente. En los más hermosos términos, él dijo que ganar conocimiento y poder—aún sacrificando nuestros propios cuerpos—es sin valor en lo absoluto si no tenemos amor:

"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve." (1 Corintios 13:1–3)


El resultado de un ministerio sin amor es serio: “Soy como un metal que resuena, címbalo que retiñe…nada soy…de nada me sirve.” En otras palabras, aún las acciones de amor más dignas de admiración y las acciones sacrificiales son sin valor si no están potenciadas por el amor.

¿Es usted el tipo de persona que enseñaría a alguien sin amarle? No responda rápidamente. Muchos buenos pastores han confesado que han estado tan atrapados en las ocupaciones del ministerio que estaban activos, en movimiento, pero sin amor por su gente. La mayoría de nosotros tenemos que trabajar duro para mantener el amor en la vanguardia.


¿Qué piensa y siente cuando está en un grupo de personas? ¿Está demasiado consciente de los que son ricos, atractivos y tienen algo que pueden ofrecerle?, ¿se preocupa por lo que la gente piense de usted? o ¿Busca formas de amar y oportunidades de dar? Un signo seguro de un corazón no afectuoso es ver a las personas como un medio para lograr sus propios objetivos—ellos le escuchan, afirman cuando usted lo quiere, se hacen a un lado del camino cuando usted no, etc. Enseñar a otras personas con este tipo de mentalidad es un límite para ser estéril y sin fruto. De acuerdo con Pablo, cada vez que tratamos de enseñar a alguien con esta mentalidad, podemos estar seguros de que nos hemos vuelto nada más que un gong que resuena o un címbalo que retiñe; nos hemos hecho a nosotros mismos fastidiosos e irrelevantes.


Cumplir con el mandamiento de Jesús de hacer discípulos consta de más que tener la teología correcta o puntos de enseñanza bien desarrollados. Recuerde que si usted “comprendiese todos los misterios y todo el conocimiento”y con otodo no tiene amor, no es nada. En la primer parte de ésta carta, Pablo dijo “Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él.” (1 Corintios 8:2–3). No se trata de lo que usted conozca—o lo que piense usted que sabe—se trata del amor.


Si usted no está deseando hacer su más alta prioridad, el amor a Dios y a la gente, entonces deténgase. En serio, vaya por ahí hasta que resuelva este punto esencial. La falta de amor es una marca inconfundible de muerte: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 John 3:14).


Hacer discípulos no se trata de juntar alumnos a escuchar su enseñanza. El verdadero foco no está en enseñar a las personas, en lo absoluto—el foco está en amarles. El llamado de Jesús a hacer discípulos incluye enseñar a las personas a ser seguidores obedientes de Jesús, pero la enseñanza no es la meta final. Al final, de lo que se trata es de ser fiel al llamado de Dios de amar a las personas alrededor suyo. Se trata de amar a las personas lo suficiente como para ayudarles a ver su necesidad de amar y obedecer a Dios. Se trata de traerles al Salvador y permitirle que las libere del poder del pecado y la muerte, que les transforme en amorosos seguidores de Jesucristo. De lo que trata es acerca de glorificar a Dios mediante hacer discípulos obedientemente, que enseñarán a otros a amar y a obedecer a Dios.


Así que la pregunta es, ¿cuánto se preocupa usted de las personas a su alrededor? Cuando usted se para en medio de una multitud, interactúa con su familia, o habla a las personas en su iglesia, ¿les ama y anhela verles glorificando a Dios en cada aspecto de sus vidas? Honestamente evalúe su corazón y pídale a Dios purificar sus motivos que necesitan volverse hábitos en su vida.


A este punto, ¿podría decir usted que su deseo de hacer discípulos ha estado motivado por el amor? ¿Por qué sí o por qué no?


*Adaptado del libro Multiplícate escrito por Francis Chan

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Marcos 10:38


Aspirar al liderazgo en el reino de Dios requiere que estemos dispuestos a pagar un precio más alto del que los otros están dispuestos a pagar. El costo del liderazgo es oneroso, y cuanto más eficaz sea el liderazgo, tanto más alto será el precio.


Quinton Hogg, fundador del Instituto Politécnico de Londres, dedicó una fortuna a la empresa. Cuando le preguntaron cuánto había costado edificar esa gran institución, Hogg replicó: «No mucho, simplemente la sangre vital de un hombre.»


Ese es el costo de todas las grandes realizaciones, y no se paga en una suma global. La realización se compra con un plan de pagos, que exige una nueva cuota cada nuevo día. Constantemente se cobran cantidades nuevas, y cuando los pagos cesan, el liderazgo se desvanece. Nuestro Señor enseñó que no podemos salvar a otros y a nosotros al mismo tiempo.


Samuel Brengle escribió:

El poder espiritual es el derrame de la vida espiritual, y como toda vida, tanto la del musgo y el liquen en la pared como la del arcángel ante el trono, proviene de Dios. Por lo tanto, los que aspiran al liderazgo pueden pagar el precio, y conseguirlo de Dios.


ABNEGACIÓN

Esta parte del costo debe pagarse todos los días. En la senda del liderazgo espiritual hay una cruz, y el líder debe llevarla. «... Él [Jesucristo] puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Jn. 3:16). Hasta el grado en que la cruz de Cristo esté sobre nuestros hombros y nuestras espaldas, así también la vida de resurrección de Cristo se manifestará a través de nosotros. Si no hay cruz, no hay liderazgo.


«Y el que de ustedes quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr. 10:44-45). Cada uno de los héroes de la fe en Hebreos 11 fue llamado al sacrificio como parte de su servicio. Los que dirigen la iglesia deben manifestarse por la buena voluntad de abandonar las preferencias personales, de renunciar a los deseos legítimos y naturales por amor a Dios. Bruce Barton cita de un letrero que vio en una estación de servicio: «Vamos a arrastrarnos debajo de su auto con más frecuencia para ensuciarnos más que cualquiera de nuestros competidores.» Esa es la clase de servicio que el cristiano debe tratar de prestar.


Las cicatrices son las marcas de autenticación del discipulado y verdadero liderazgo espiritual. Cuando Jesús se paró en medio del grupo de sus desmoralizados discípulos en el aposento alto después de la resurrección, «... les mostró las manos y el costado» (Jn. 20:20). De cierto líder se dijo que «pertenecía a esa clase de mártires primitivos cuya alma apasionada hizo un pronto holocausto del hombre físico.» Nada impresiona más a la gente que la marca de los clavos o la herida de la lanza. Esas marcas son pruebas de sinceridad que ninguno puede desafiar, como Pablo lo sabía bien: «De aquí en adelante, nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús» (Gá. 6:17).



*Adaptado del libro Liderazgo Espiritual escrito por J. Oswald Sanders

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